Mientras medio mundo aplaudía el trabajo de Frances McDormand y su galardón como mejor actriz durante la gala de los Oscar, la intérprete norteamericana recogía el premio dispuesta a reventar la dinámica excesivamente discreta de la ceremonia. Las reivindicaciones por la igualdad y contra el abuso se habían sucedido, pero todo en un tono llamativamente cordial. Y no es que nadie quiera una guerra, pero quizá McDormand, cuyo personaje en Tres anuncios en las afueras está inmerso en una batalla contra las ineptas autoridades de Ebbing, un minúsculo pueblo de Misuri, ya tenía decidido que su voz iba a poner patas arriba un patio de butacas más bien tibio.

«Miren alrededor, damas y caballeros, porque todas tenemos historias que contar, proyectos que financiar. No nos hablen en las fiestas esta noche. Invítennos a sus oficinas en un par de días, o pueden venir a las nuestras, lo que les venga mejor, y les hablaremos de ello.«, dijo Frances mientras todas las mujeres nominadas, a las que había hecho levantarse de sus asientos, se regocijaban entusiasmadas ante las enérgicas -y necesarias- palabras de la ganadora. Y es que, en las oficinas y en los despachos, está el meollo de la cuestión: el mundo del cine necesita eso, menos felicitaciones y más puertas abiertas.

Resulta una terrible paradoja que, precisamente en un lugar donde los proyectos deberían firmarse sin tener en cuenta el «él» o el «ella», se hayan dado algunos de los episodios más infames del cine norteamericano, seguramente también del nuestro. Pero uno quiere creer que el momento ha llegado, que esta es la gran ola, pues ya se cuidarán muchas de esas siniestras figuras de creer que su autoridad les otorga el derecho al abuso, al forcejeo, a la manipulación, al ejercicio de hacer «pasar por el aro». La concienciación es grande, la denuncia brutal. Bien. Pero, ¿y los proyectos dirigidos por mujeres?, ¿se seguirán poniendo al final del montón por la mano que se sabe anónima y protegida porque lo único que toca es un papel?.

Esto, ahora que los valientes de las manos largas se lo pensarán dos veces, debería convertirse en la primera preocupación, pues los propios productores españoles -y las realizadoras a las que estos se lo reconocen- cuentan, entre dientes, que está ocurriendo. Así que imaginamos que el camino será largo si lo que parecía un tic nervioso con posible cura es, en realidad, un mal endémico de nuestro cine. Ahora, encima de la mesa y con la filosofía grabada a fuego de que el talento, como la justicia, también es ciego, es cuando hay que hacer acopio de proyectos, de ideas, de intención. Entre todos tenemos la obligación de erradicar ese olor a rancio y a armario cerrado que para la mujer ha convertido en tierra hostil las apolilladas cuatro paredes de algunos despachos.

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