De su cortometraje Impromptu se ha hablado en muchos sitios, pero la realidad de la realizadora alicantina María Lorenzo es aún más interesante que su último y genial trabajo. En Directoras de Cine hemos querido profundizar en los trazos de la artista, gestos que dicen mucho de los motivos que la inspiran y también de su vocación, razón por la que es una suerte de poeta del audiovisual muy consciente de que sus creaciones la sitúan en un lugar determinado de la cinematografía. De esta forma, Lorenzo da a luz sus bocetos y define sus formas sin las ataduras de lo comercial, libertad que ha definido su arte al igual que su mirada.

María, no hace mucho tiempo nos enterábamos de una triste noticia: tras 30 años de trabajo en la animación, Maite Ruiz de Austri decidía dejar la profesión debido a las dificultades en el sector y las políticas culturales aplicadas en los últimos años. Tenía dos Premios Goya gracias a El regreso del viento del norte (1995) y ¡Qué vecinos tan animales! (1999). Aunque somos conscientes de que, a través de tu obra, te has alejado del circuito más comercial, ¿la situación para sacar proyectos adelante es tan desesperanzadora?

Naturalmente es difícil estar en un sector donde sí se recibe apoyo para la producción pero la distribución de nuestro cine no parece estar tan bien protegida. En España se realizan numerosos largometrajes de animación cada año, pero no llegan al público al que están destinados, los niños en los cines, a menos que haya un grupo internacional de distribución detrás. Después ves casualmente estas películas en Clan TV, o en un viaje en tren, cuando el circuito comercial de la película ya está muerto, y descubres que es un tipo de cine muy entretenido y hecho con cariño, muy digno de verlo en el cine en familia.

En el caso del cortometraje, creo que hay que hacerlo de manera vocacional, porque es muy difícil vivir de él, aunque no imposible. Existen algunos ejemplos de artistas que han conseguido sacar adelante su obra personal en formato corto y vivir de ella, como el americano Bill Plympton o el suizo George Schwizgebel, pero la falta de espacios para visibilizar y comercializar el cortometraje, fuera de los festivales, crea el círculo vicioso del desconocimiento. Al final, los animadores que quieren contar sus propias historias se ven forzados a tener otro trabajo en paralelo para poder vivir.

Teniendo en cuenta que España es el quinto productor de cine de animación del mundo, choca más aún que alguien de éxito como de Austri renuncie a seguir. Es inevitable asociar estas dificultades no sólo a los obstáculos culturales, sino a los evidentes problemas de desigualdad entre géneros. ¿De qué manera te has visto afectada en ese sentido?

Como realizadora no me he sentido excluida nunca, pero sí es cierto que al comienzo de mi profesión trabajé en una empresa de animación stop-motion donde las mujeres nunca pasaban de ser modeladoras. Los jefes eran tres hombres. Sin embargo, otra compañera mía de carrera trabajaba al mismo tiempo en otra compañía donde los jefes eran marido y mujer, y ahí sí existía un reparto más paritario de las tareas. Lo menciono porque da que pensar.

Por mi parte, yo trabajo con un productor que no me discute nunca y que encima comparte todas las tareas del hogar y de crianza de nuestra hija: es mi marido, Enrique Millán.

En tu caso, te avalan un número importante de cortos y reconocimientos, nominaciones a los Goya incluidas. ¿No has querido lanzarte al largometraje? A pesar del encanto de la disciplina, ¿un cortometrajista sueña siempre con dirigir un largo?

Un cortometrajista no tiene por qué soñar con un largo, pero si lo hace, probablemente sus trabajos cortos lo dan a entender de algún modo. Y también he visto excelentes cortometrajistas que luego realizaban largos muy mediocres. Yo suelo comparar al cortometraje con la poesía, y al largometraje con la novela: el sueño de un poeta no es necesariamente escribir una novela. El cortometraje proporciona muchas oportunidades de explorar recursos y lenguajes, y puede convertirse en una experiencia inolvidable. Pero confieso que sí me sorprenden casos como Michel Ocelot o Michaël Dudok de Wit, que han sido capaces de dar el salto al largo y seguir madurando como autores, continuando con su estilo e historias. Y me fascina el caso de Sébastien Laudenbach, que fue capaz de animar él solo el largometraje La doncella sin manos (2016), en el curso de un solo año. Es admirable.

En todos tus trabajos se deduce una inclinación por explorar diferentes posibilidades a la hora de animar. Desde El gato baila con su sombra hasta Impromptu, pasando por La flor carnívora o La noche del océano, tus decisiones han abarcado varias técnicas que suelen alejarse de los dibujos más convencionales. Pareces querer que tus creaciones respiren más allá de los propios límites del marco de la pantalla…

Tex Avery, que para mí fue el mejor animador de todos los tiempos, decía que el espectador no debía olvidar nunca que estaba viendo un dibujo animado. Aunque él lo exploraba con fines cómicos, esta premisa también sirve para crear reflexión y belleza. Me gustan animadores como Isabel Herguera o Bastien Dubois, que te hacen disfrutar con la vibración de una mancha de acuarela o un dibujo al pastel. Cuando ves un cuadro de Velázquez no puedes olvidar el hecho de que es una pintura, donde no se concreta nada y todo vibra y respira. A mí me gusta ver un trazo de carboncillo cobrando vida en una pantalla gigante.

María Lorenzo en un fotograma de ‘Making of Impromptu – Preludi’

Concluimos que en los relatos que has animado existen varios puntos en común, pero el movimiento y la transformación destacan por encima del resto. Hay una mutación constante de gente, formas y tiempo. ¿De dónde viene esa querencia que te inspira?

Una de las grandes virtudes de la animación es que… es un mundo que no existe. No está sujeta a las reglas de verosimilitud y la dependencia de actores y entornos que tiene el cine. Entonces, ¿por qué no sugerir un cambio de entorno mediante una metamorfosis, en vez de mediante un corte o un fundido? Las más bellas metamorfosis son las que se realizan sobre objetos que no cambian físicamente, sino que empiezan a comportarse de otro modo: ese es el doble sentido de la imagen en la animación. Siempre recuerdo un momento de un cortometraje de Schwizgebel, La course a l’àbîme (1992) donde un primer plano de unos patos sobre un río se transforman en el estampado de una cortina movida por el viento: qué difícil sería hacer esto de manera creíble en cine, pero qué natural queda cuando esos patos son apenas unos brochazos.

Nos parece crucial la música de tus cortometrajes, canal por el que se deslizan a la perfección todas las imágenes. Hay una preponderancia del piano como instrumento principal, ¿qué te sugieren y te transmiten sus notas?

Me crié en una casa donde siempre sonaba el piano. Mi hermana Maite estudiaba cuando yo era pequeña, y con el tiempo yo también me acerqué al piano (literalmente) y aprendí a tocar muchos temas de manera autodidacta. Ahora ya no toco, pero para mí el piano es a la música como el dibujo al arte: lo contiene todo en esencia. Es el instrumento más polifónico que existe, y muchos de mis músicos favoritos, como Chopin o Debussy, compusieron casi en exclusiva para él.

María, conocemos tu talento como realizadora, pero también estamos al corriente de tu nivel como docente. Esa conjunción nos parece admirable, pues enseñar nunca es tarea fácil. ¿Cómo valoras tu experiencia en la enseñanza? ¿Cómo enfocas tus clases para lograr contagiar tu propia ilusión?

Me siento enormemente afortunada de enseñar aquello que me genera mayor pasión, qué más puedo decir… Me encanta estar en clase y sobre todo, contar historias. Pero, con diferencia, lo mejor es estar en contacto con gente joven y que siempre evoluciona. Cada promoción es diferente (como las aguas de Heráclito), y eso me permite aprender constantemente. ¡Y gratis! Además, me encantan los alumnos contestones, me recuerdan tanto a mí…

Volviendo al tema del desequilibrio de sexos en todas las disciplinas del cine, parece que existe una verdadera concienciación por parte del sector para lograr una normalización que está tardando demasiado. Desde tu punto de vista, ¿qué aspectos son cruciales y qué iniciativas piensas que son las mejores para solucionar los problemas de desigualdad entre hombres y mujeres?

Habría que comprender, en primer lugar, el alcance real de esos problemas de desigualdad en el cine de nuestro país, y quizá esa pregunta sería mejor para CIMA (la asociación de mujeres cineastas). Probablemente comprenderíamos que la brecha es mucho mayor de lo que estábamos dispuestos a creer en un principio. No me gustan las iniciativas proteccionistas que parecen marginar a los autores por su sexo, pero sí me gusta que se fomente la paridad, y que sea sobre una base real (que no pongan a mujeres en los títulos de crédito solo para conseguir subvenciones). Pese a todo, creo que nuestra sociedad evoluciona y las nuevas generaciones son muy sensibles a las diversas formas de discriminación, y que eso ha sido el producto de haber sido educados en valores democráticos e igualitarios. Ahora a los niños y niñas les enseñan en los colegios quiénes fueron Hedy Lamarr o Margarita Xirgú: referentes femeninos atractivos y estimulantes tanto para hombres como para mujeres.

Queremos que nuestra última pregunta vaya directamente al principio de los principios: en tu caso ¿la vocación nace o se hace?

Esta es una pregunta muy compleja. A menudo hay estudiantes que se preguntan, “¿soy un pintor?”, o “soy un animador?”. Como escribió Rilke en sus Cartas a un joven poeta, uno es poeta si está todo el tiempo pensando en hacer poesía. Lo cito de memoria y mal, pero a pesar de que la animación se me daba fatal cuando empecé, de que me sentía muy extraña haciendo dibujos tan pequeños y que se movían torpemente, lo cierto es que sí me sentí muy animadora cuando empecé a imaginar historias contadas mediante animación. Tenemos una capacidad enorme para aprender, y para amar lo que hacemos. No hay que perderla.

Leer: (El trazo apasionado de María Lorenzo)

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