Ser el primero en algo siempre ha sido arriesgado y ha requerido una buena dosis de valor. Sin embargo, ser la primera ha sido poco menos que una prohibición. En el mundo del cine tuvimos que esperar hasta 1953 para que una mujer dirigiera una película en España después de la guerra civil. Para ello, Ana Mariscal tuvo que crear su propia productora, puesto que nadie en la industria cinematográfica nacional confiaba en su talento (por el mero hecho de ser mujer) ni en sus posibilidades. Y lo hizo cuando el puesto más ambicioso al que podía aspirar una mujer era el de actriz principal en una producción protagonizada por un hombre.

Pero Ana ya había dado muestras de no tener miedo a nada. En 1945 fundó su propia compañía teatral para representar el Don Juan de Zorrilla, reservándose el papel de principal con la consiguiente indignación del régimen franquista. No así en su primera película, para la que escogió a un actor no profesional y en la que ella desempeñó un rol meramente secundario. Llevada por su admiración hacia el cine italiano de la época, la actriz española quiso imprimir a su primera creación el espíritu del neorrealismo italiano en su vertiente más mágica. Y así nació Segundo López, aventurero urbano.

El resultado es una obra con una personalidad arrolladora que nada se parece al resto de películas rodadas en la España de los 40. Apoyándose en la novela de Leocadio Mejías, coguionista del film junto a la directora, Mariscal consiguió una combinación encantadora de realismo social, esperpento y comedia costumbrista, en la que el segundo ingrediente mitiga la dureza del primero alcanzando un equilibrio admirable. Deudoras del Quijote de Cervantes, sus protagonistas desprenden tanta picardia como ingenuidad, así como una nobleza a prueba de cualquier situación límite.

Sin poder evitarlo, el espectador sucumbe a los encantos de Segundo López y el Chirris, dos personajes que se mueven a golpe de corazón. El paleto cincuentón que lo deja todo para vivir nuevas experiencias en la gran ciudad y el huerfano salido del Lazarillo de Tormes deambulan por las calles de Madrid en busca de nada y de todo al mismo tiempo, sin preocuparse de cuánto les durará el dinero que el protagonista sacó al vender el negocio de su difunta madre, durmiendo igual en una habitación de alquiler que en el suelo de unas ruinas a las afueras de la urbe, queriendo seducir a una aprovechada y enamorándose por accidente de una víctima del desamor.

Segundo López dista de ser una obra perfecta, pero rebosa pasión y entusiasmo en la manera de narrar las aventuras y desventuras de estos Quijote y Sancho de mediados del Siglo. XX. Desde la forma en que Mariscal rueda las calles de Madrid (atención a los numerosos exteriores) hasta una dirección de actores que preserva la naturalidad de dos intérpretes amateur, pasando por un sentido del humor que rebasa la lógica y lo políticamente correcto (Segundo ofrece constantemente alcohol y tabaco a su «secretario* menor de edad). Cuando concluye su metraje, tras un desmadrado y genial episodio en la casa de una mujer loca y tremendamente adinerada, nos sorprendemos contagiados por las ganas de vivir y de enfrentarnos a la vida tal y como lo haría Segundo: con la determinación y la seguridad de que todo tiene solución.

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