Ahí fuera, en el extrarradio de las vidas acomodadas, de los finales de mes holgados y las neveras bien surtidas, hay gente que no mira más allá de la supervivencia. «Menuda novedad», apuntarán algunos. «¿Y qué haces tú para remediarlo?» indicarán otros. Y la verdad es que todo esto no parece afectarnos demasiado hasta que nos enfrentamos a la adversidad en primera persona o caemos en las garras de películas como este maravilloso debut de Neus Ballús. Es entonces cuando comprobamos que el arte no cura las desigualdades sociales, pero ayuda a comprenderlas mejor y fomenta esa empatía cuyo espacio es habitualmente ocupado por el olvido.

Sobre los planos de La plaga (2013) se erige un documental con puesta en escena de cine de ficción. ¿Ficción de espíritu realista, realidad ficcionada o realidad a secas? Neus Ballús convierte la vida ordinaria de unos personajes anónimos, que jamás protagonizarán una película comercial, en algo digno de ser plasmado en una pantalla de cine. Un luchador profesional que, para subsistir, trabaja en el campo a las órdenes de un lugareño que no gana el suficiente dinero para irse a la playa con su mujer e hijos y tiene que pluriemplearse para mantener a su familia, una prostituta que cada vez tiene menos clientes, una anciana que ya no se vale por si misma y debe abandonar su hogar rural por una residencia en la que una mujer filipina, recién asentada en España, se encarga de atender sus necesidades e intenta satisfacer las suyas propias. En definitiva, gente de carne y hueso tan real que a menudo es ignorada por el celuloide.

La principal baza de La plaga radica en la verdad que desprenden los rostros de sus personajes, en sus localizaciones y en sus situaciones. Merced a la fotografía de Diego Dussuel y a los concienzudos encuadres de Ballús, posibilitados por la hibridación entre el documental y la ficción, las imágenes desprenden una calidez (como la del tórrido verano en que transcurre el film) que invita a la involucración del espectador en las vidas de estas personas. Por lo general, todas las tramas fluyen con naturalidad, salvo algunos pasajes en los que se nota la presencia de un guión que si bien no resta autenticidad al conjunto sí delata una cierta intromisión autoral en el terreno de lo real.

Como el que apuesta todas sus cartas a la providencia, Ballús persigue a sus personajes con la esperanza de que sus caminos se encuentren en alguna intersección fortuita. Y aún jugando con la ventaja del formato (documental que construye una realidad), la catalana mueve los hilos de su narración con tal sutileza que el artificio no empaña la sensación de espontaneidad. Los planos de Ballús penetran en las mentes de Iurie, Raúl, María, Rosemarie y Maribel desnudando sus pensamientos más íntimos sin necesidad de la palabra. Y de esta manera asistimos a la confección de uno de los retratos que mejor ha sabido visibilizar las heridas menos cacareadas de esta crisis. En ocasiones, atacando a los más débiles se producen héroes resistentes a cualquier tipo de plaga.

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