Dicen que concilia el sueño quien tiene su conciencia tranquila. Sin embargo, el día a día pone a nuestra disposición un sinfín de recursos para caer en las garras del insomnio: ser incapaces de enfrentarnos a quienes intentan imponernos su voluntad, renunciar a nuestros principios, mentirnos a nosotros mismos para no hacer frente a la realidad… Y de este material están hechos los personajes del cuarto largometraje de Chus Gutiérrez: de miedos, de dudas, de vergüenzas y de inseguridades. A primera vista, podríamos estar ante un drama al uso, pero hay algo en la mirada de esta cineasta que, sin restar gravedad a los asuntos abordados, consigue dulcificar su digestión y acerca el conjunto al terreno de la comedia.

Estando ante una película coral y teniendo en cuenta su variedad temática, llama la atención la naturalidad con la que el guión gestiona sus líneas argumentales y propicia la interacción de sus personajes. Gutiérrez y sus coautores (entre los que figura Fernando León) huyen del clásico planteamiento de historias cruzadas y apuestan por un montaje imaginativo que pone en contacto sus tramas de una manera audiovisual antes de hacerlo mediante el plano físico. De esta manera los protagonistas de Insomnio irrumpen de puntillas en tramas ajenas cuando ya han sido presentados, incidiendo tangencialmente en la vida de sus compañeros de narración.

A lo largo del metraje, la directora aplica diferentes tonos en cada una de sus relatos: desde la seriedad de la crisis de pareja y laboral que sufre Cristina Marcos, hasta el histrionismo que rebosa la historia de desamor de Candela Peña y el patetismo de un Ernesto Alterio condenado a celebrar una boda no deseada. Y a pesar de las diferencias entre los tres registros, el conjunto funciona con fluidez y capta el interés del espectador mediante una magnífica gestión del tempo narrativo y una gran labor en la transición entre secuencias.

Entre los discursos de Gutiérrez cabría destacar su tratado sobre la dificultad de ser madre trabajadora en la sociedad de los años 90. A lo largo de noventa minutos somos testigos de cómo el personaje interpretado por Cristina Marcos realiza esfuerzos ímprobos para conciliar su vida privada y su vida laboral, encontrando en su camino todo tipo de impedimentos para mantener su identidad personal y su categoría profesional. Se agradece la ausencia de dogmatismo en una denuncia necesaria que destila realismo por los cuatro costados y, lamentablemente, mantiene su vigencia en la actualidad.

Según transcurren los minutos, la directora esquiva la rutina y empuja a sus personajes al límite para guiarles hacia un tramo final realmente ingenioso y dotado de un romanticismo ajeno a los clichés. Y a pesar de sus excentricidades, Insomnio logra que cada espectador identifique en todas sus líneas argumentales un gran número de reflejos de sus inquietudes y problemas vitales. Porque detrás de sus imágenes y situaciones encontramos la realidad disfrazada de cine y al ser humano disfrazado de actor.

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