Si el efecto es el presente, la causa es el pasado. No hay otra manera de comprender los acontecimientos que suceden a nuestro alrededor. A veces, lo intentamos desde la inmediatez del ahora, sin reparar que el antes es el cincel que moldeó la estatua cuando ésta era tan solo una piedra. En otras ocasiones miramos atrás pero no reparamos en la verdadera raíz del fenómeno que intentamos descifrar. Por eso Lucas (Óscar Jaenada) emprende su viaje por toda Europa en busca de su amor, Eimish (Manuela Vellés), preguntándose por qué le abandonó una mañana de verano sin dar más explicaciones que una escueta nota. ¿Acaso el amor no es suficiente para sostener una relación?

Como suele ocurrir en estas ocasiones, el viaje físico de Lucas es, a su vez, un viaje emocional en el que no solo persigue el rastro de Eimish sino que descubre los motivos de su misteriosa huida. Si en un principio Ana Rodríguez Rosell propone el punto de vista del personaje protagonizado por Óscar Jaenada, a medida que transcurren los minutos disfrutamos de una visión más amplia del desencuentro amoroso a través de los ojos de Eimish y sus recuerdos. Y al igual que ocurre con Lucas, solo llegamos a comprender lo que sucede a través de lo que sucedió.

En este sentido, la catalana se destapa como una verdadera malabarista del tiempo, gestionando con absoluta coherencia y claridad la desordenada cronología de su narración: aunque el pasado y el presente de los protagonistas se entremezclen sin solución de continuidad, el espectador mantiene en todo momento la orientación narrativa. Semejante logro se hace realidad merced a una cuidadosa puesta en escena y a un imaginativo empleo del montaje que juega constantemente con las elipsis visuales para aportar un plus de cohesión al conjunto y recuerda, en ciertos momentos, al drama de pareja por antonomasia Dos en la carretera (Two For the Road, 1967).

Asimismo, Rosell demuestra una admirable pericia a la hora de perfilar unos personajes secundarios que complementan el sentido general del film e incluso llegan a adquirir entidad propia al (volver a) entrar en contacto con Lucas y Eimish. Precisamente ellos son las llaves que emplea el guión para acceder a los recuerdos de un personaje en constante búsqueda de su nuevo y definitivo norte. Cómo recursos narrativos también aportan el componente reflexivo de una historia de amor que implora primeros auxilios y rebosa melancolía en cada «¿por qué?».

Este tono abre las puertas a una atmósfera que oscila entre el lirismo y la ensoñación y contribuye a la tensión narrativa del film, basada en la búsqueda de Eimish por parte de Lucas y en los motivos ocultos de un corazón a la fuga. La fina escritura de Rosell permite la involucración del espectador con casi todos los personajes del film y propone un interesante debate sobre la responsabilidad de la maternidad en concreto y de nuestros actos con respecto a la gente que nos rodea en general. Pero si de algo trata Buscando a Eimish es sobre el peso del pasado en las decisiones del presente: ese momento del tiempo que ocupa el primer plano en nuestras vidas, pero habitualmente soporta el desenfoque de nuestra mirada.

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