A lo largo de la historia, la mujer ha sido rehén de una forma de vida diseñada por el hombre. A estas alturas, lo normal sería que estuvieramos hablando de un pasado muy lejano, pero basta con mirar al siglo pasado para comprobar que algunos estigmas de otros tiempos sobreviven a la evolución del ser humano.

En una ambiciosa ópera prima, Paula Ortiz recurre al retrato de tres mujeres en épocas distintas de la historia española del S. XX para identificar las diversas mutaciones que ha experimentado la discriminación femenina en el transcurso de las décadas. La narración de los años 20 está protagoniza por Leticia Dolera, la de los 40 por Maribel Verdú y la de los 70 por Luisa Gavasa.

Ortiz escoge una estructura que alterna las tres líneas argumentales con el proposito de establecer vínculos conceptuales entre las vivencias de cada mujer: de diferentes modos, las tres se encuentran atrapadas en una situación de la que no pueden escapar a causa del contexto histórico del momento o de las costumbres sociales, siempre perjudiciales para los intereses de la mujer.

Ya sea mediante recursos de guión, que hacen coincidir el enamoramiento de dos personajes al mismo tiempo, o a través de elipsis visuales que enlazan narraciones mediante la presencia de un objeto en común, la directora intenta aportar esa fluidez narrativa que suele ausentarse en las películas episódicas. Y en cierto modo lo consigue, aunque en ocasiones la maniobra resulte demasiado forzada.

En este debut encontramos indicios del estilo visual que la directora perfeccionaría definitivamente en La novia: planos secuencia de una gran elegancia, un magnífico gusto para el encuadre, vinculación de los personajes con su entorno, una tendencia a estrechar los vínculos entre la naturaleza y el ser humano y un buen olfato para la puesta en escena.

Aunque el desenlace pueda interpretarse desde el pesimismo, Ortiz muestra a tres mujeres fuertes que son capaces de luchar contra la adversidad y que no aceptan una realidad pensada para ignorar las necesidades femeninas. Sin pecar de ingenuidad, De tu ventana a la mía hace gala de un espíritu combativo y del inconformismo necesario para ir ganando batalla tras batalla hasta llegar a la igualdad.

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