«Sólo tengo una vida, Ernesto… Y tú también.»

A principios de esta última década irrumpía en el panorama cinematográfico patrio Juana Macías, directora madrileña cuyo debut, Planes para mañana (2010), suponía una de las cartas de presentación más potentes de nuestro cine. De sencilla puesta en escena pero ambicioso objetivo, la cinta transcurre a lo largo de un mismo día mientras se apoya en las conexiones de sus múltiples protagonistas en este laberíntico desfile de situaciones complejas, a veces dolorosas, que da como resultado un film de vidas cruzadas en la dinámica de trabajos como Amores perros (2000), Magnolia (1999) o Drama/Mex (2006).

Inés (Goya Toledo), Antonia (Carme Elías), Marián (Ana Labordeta) y Mónica (Aura Garrido) son los puntos neurálgicos de la contundente visión de Macías sobre ciertas encrucijadas morales que exponen al individuo ante el vértigo de un destino que solo puede decidir uno mismo. En el caso de Planes para mañana los dilemas se complican al dar a luz personajes femeninos desafiados inevitablemente por el machismo intrínseco en la mirada tantas veces abyecta de la sociedad en la que ellas viven. En la que nosotros vivimos.

La película juega un papel importante en la denuncia silenciosa pues aquí no hay reivindicaciones directas, ni pancartas, ni discursos. Sí hay una huida muy necesaria del estereotipo en el dibujo veraz de los personajes que le da una fuerza adicional a las diferentes tramas. Éstas, además, se apoyan en la construcción, asimétrica, nerviosa y elíptica de muchos de sus planos. Sin duda, varias decisiones arriesgadas para un debut que pone de manifiesto la valentía y la claridad de ideas de su realizadora, decidida a impactar con el menor número de artificios aunque con la honestidad de la emocionalidad desnuda.

Planes para mañana es una de esas historias de personas y personajes. Un relato rodado con pericia y sutileza, que señala los momentos decisivos del ser humano entre la vida y la muerte y en cuyo tránsito la existencia a veces parece partirse por la mitad. Son precisamente esas grietas, abismos de los que puede parecer imposible escapar, de donde surgirán las segundas oportunidades, quizá la cura de las heridas provocadas por un destino salvaje y caprichoso. El mismo que, de vez en cuando, nos avisa de que nuestra existencia es efímera, de que hay sólo una vida.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *