En el mundo anglosajón hay una expresión que recomienda no juzgar un libro por su portada. Consejo cuya validez es confirmada por la debutante Ana Asensio tras haber experimentado en su propia piel los sinsabores que Manhattan esconde bajo su deslumbrante envoltorio. Porque ese brillo no es producto de las ilusiones, de las ofertas irrechazables o de los sueños hechos realidad que la isla más bonita proporciona a sus nuevos visitantes, sino el reflejo del sol en un atractivo anzuelo tan mortífero como difícil de ignorar.

Most Beautiful Island (2017) no es una película de soñadores, sino de inmigrantes. No es una película sobre el éxito, sino sobre la supervivencia. Porque Nueva York es un destino donde las promesas suelen fracasar y las realidades disfrutan los placeres de quienes se han cansado de gozar. Asensio traza con mano firme y (extrañamente) experimentada el camino que lleva al sueño americano, un recorrido jalonado de peajes (compartir piso, cuidar niños de familias acomodadas, conseguir trabajos basura y relativamente indignos) que no garantiza la llegada a la meta deseada.

Asimismo, Most Beautiful Island invita a una interesante lectura de género. Inspirándose en su propia experiencia, Asensio construye un personaje cuyo cuerpo es cosificado en todo momento como nunca lo hubiera sido el de un hombre. Se trata de criticar una serie de tendencias que inciden en el empleo del físico femenino como un cebo para atraer la atención masculina (e incluso la femenina). ¿Acaso alguien ha visto el cuerpo de un hombre semidesnudo en mitad de la calle publicitando un restaurante especializado en pollo? ¿Por qué las fantasías sexuales más bizarras y vejatorias exhiben el cuerpo de la mujer como su principal reclamo? De una manera sutil, el subtexto de la película no solo cuestiona el elevado precio del sueño americano y las sombras del american way of life, sino los vicios de una sociedad que todavia no respeta a la mujer y aún no se ha ganado el adjetivo de civilizada.

Para abordar estos asuntos tan variados, la madrileña recurre a una arriesgada combinación de géneros que arranca en el cine social para adentrarse progresivamente en la oscuridad de un thriller psicológico de alto voltaje. En sus planos se aprecia una sensacional administración del suspense que prescinde de la música y (casi) los efectos sonoros para delegar en la imagen toda la responsabilidad emocional del último tercio del metraje. Mientras permanece en el terreno de la sugestión, la película alcanza unas cotas admirables de intensidad que pierden algo de contundencia cuando descubrimos las amenazas a las que se enfrenta su protagonista. En cierto modo, se sacrifica la credibilidad del conjunto en favor del impacto visual y de un desenlace que, a cambio, recupera deslumbrantemente el mensaje de la propuesta.

De alguna manera, asistimos a un eficiente híbrido que emula los atrevimientos de La chica desconocida (La Fille Inconnue, 2016). Tal vez la ópera prima de la madrileña no alcance el equilibrio de los hermanos Dardenne, pero deja una muestra inequívoca de su enorme talento y demuestra que los «grandes grandes sueños» están más al alcance de la mano de lo que podamos pensar.

(Entrevista con Ana Asensio)

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