Rara vez disfrutamos cuando abandonamos nuestra zona de confort, incluso cuando es consecuencia de una decisión voluntaria y no de la inercia vital. El cambio, enemigo feroz de la estabilidad, de lo conocido, de la rutina. De repente, todo lo que habías construido a tu alrededor se desmorona y tienes que volver a edificar una nueva realidad. Sigues siendo el mismo pero eres diferente: pierdes un poco de lo que solías ser, retienes un mucho e incorporas una serie de evoluciones que acabarán definiendo la versión avanzada de tu persona.

Àgata y sus amigas se encuentran en ese punto de inflexión en el que han concluido su etapa escolar y acaban de iniciar los estudios universitarios. Conocen a otras personas y se mueven por otros ambientes. Ha llegado la hora de comprobar si la amistad que las une tiene mas de egoísmo o de generosidad, de compromiso o de libertad, de pasado o de presente. Y en eso consiste Las amigas de Ágata, en el retrato de una transición.

A lo largo de la historia del cine, numerosas películas han abordado ese salto del instituto a la universidad, un proceso que, dependiendo de las circunstancias y del punto de vista, puede llegar a ser tan excitante como traumático. Contrariamente a lo que suele suceder en la gran pantalla (Todos queremos algo, como ejemplo más reciente), la película de Laia Alabart, Alba Cros, Laura Rius y Marta Verheyen centra su propuesta en lo que su protagonista deja atrás y tan solo mira de reojo el que será su nuevo hábitat natural. Por esa misma razón Las amigas de Àgata arroja una mirada melancólica hacia esa etapa de la vida en la que empiezas a diferenciar las amigas del colegio y las de la universidad.

Una fiesta en la casa de Àgata, un picnic a la orilla de un lago, una noche de marcha, un juego de seducción nocturno, una escapada al apartamento de la playa… Retazos de una amistad que camina por el alambre donde antes pisaba tierra firme. Tratando de capturar el momento, la cámara permanece inmóvil, atenta a unos diálogos repletos de autenticidad y a unas interpretaciones que rebosan naturalidad en cada gesto, confiada en la puesta en escena de unas directoras con las ideas muy claras.

Sin necesidad de captar la atención mediante artificios narrativos, Las amigas de Àgata apela a las vivencias del espectador y sugiere un visionado activo que identifique el espíritu de sus imágenes e interprete el estado anímico de su protagonista. Compuestas de retazos y sin una clara voluntad narrativa, estas fotos fijas del universo femenino nos ayudan a comprender la adolescencia tardía, una de las etapas más confusas y fascinantes en la vida de un ser humano.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *